terça-feira, 27 de abril de 2010

(79) La verdad en las Escrituras –y IV. José Antonio Pagola


–Perdone, padre, pero es que «una cosa es un estudio histórico y otra un tratado teológico».
Tu quoque fili mi?… Casi ochenta artículos conmigo, y ahora me sale con eso… ¿O lo dice en broma?
La última cena ni es pascual, ni instituye la Eucaristía. Cuando Jesús se reúne al final de su vida con sus apóstoles, según Pagola, no celebra una Pascua renovada, ni instituye una Alianza Nueva sellada en su sangre, ni un sacrificio expiatorio para la remisión del pecado del mundo, ni tampoco establece un acto litúrgico que, como la Pascua judía, ha de ser actualizado siempre, en memoria suya, hasta su vuelta al final de los tiempos. «Lo que hace es organizar una cena especial de despedida con sus amigos y amigas más cercanos… Al parecer, no se trata de una cena pascual» (363). «Probablemente no es una cena de Pascua» (364).

Esta falsificación enorme que hace Pagola de la Eucaristía dista años luz de la fe católica. La Eucaristía, «el centro y el culmen» de toda la vida de la Iglesia, según fórmula feliz del Vaticano II, en el Jesús de Pagola queda prácticamente nadificada. Lo que sí es cierto es que «Jesús vivía las comidas y cenas que hacía en Galilea como símbolo y anticipación del banquete final en el reino de Dios» (364). Algo es algo.
Cristo no pre-conoce su muerte, ni la entiende como un sacrificio de expiación. No quiere Pagola reconocer que Jesús avanza hacia su muerte libremente, con un dominio sobrehumano, y que la anuncia varias veces a sus discípulos. No admite estos anuncios de su muerte, aunque consten, según lo comprobamos, por el testimonio unánime de los evangelistas sinópticos (77). Y también por el testimonio de San Juan: «nadie me quita la vida; soy yo quien la doy por mí mismo. Tengo poder para darla y poder para volver a tomarla» (Jn 10,17-18). El anuncio exacto de su muerte es demasiado divino, y por eso no es histórico, es pura creación literaria de apóstoles y evangelistas.
«Era inevitable que, en su conciencia, se despertaran no pocas preguntas: ¿cómo podía Dios llamarlo a proclamar la llegada decisiva de su reinado, para dejar luego que esta misión acabara en un fracaso? ¿Es que Dios se podía contradecir? ¿Era posible conciliar su muerte con su misión?» (349). «Al parecer, Jesús no elaboró ninguna teoría sobre su muerte, no hizo teología sobre su crucifixión… Jesús no interpretó su muerte desde una perspectiva sacrificial. No la entendió como un sacrificio de expiación ofrecido al Padre. No era su lenguaje» (350). Son los primeros cristianos los que, para explicar la cruz, se la representan como «sacrificio de expiación», como una «alianza nueva», establecida en el «siervo sufriente» (442).

La descripción que hace Pagola de Jesús, en su aproximación a la muerte, nada tiene que ver con la que hace el Evangelio. Es contraria. Podríamos traer tantos discursos y parábolas de Jesús que contradicen su composición ideológica –los anuncios de su pasión, el asesinato del heredero de la Viña, «Jerusalén, que matas a los profetas», el Pastor bueno que da su vida por las ovejas, «éste es mi cuerpo que se entrega, mi sangre que se derrama», etc.–. Pero todo sería inútil, si niega la historicidad de los textos que podamos aducir.
La muerte de Cristo no es voluntad de Dios providente. Lo afirma Pagola con insistencia, y argumentándolo de muchos modos. No podemos ni pensar que el Padre «quisiera» la muerte de Cristo, ni que dispusiera libremente reconciliarse con la humanidad por el sacrificio de la sangre de un inocente. En la cruz no hay ofrenda ni sacrificio expiatorio que cumpla un plan divino, sino la muerte cruel que sufre Jesús por mantenerse a toda costa fiel a su misión profética (440-441).
Todo esto es contrario tanto a la historia de la Escritura sagrada como a la fe de la Iglesia. Anuncia Jesús su muerte varias veces a sus discípulos: «se lo decía con toda claridad» (Mt 8,31). Rechaza violentamente a Simón Pedro cuando éste se escandaliza de la cruz: «piensas como los hombres, no según Dios» (Mt 16,22-23). Impide que sus discípulos, llegada la hora, le defiendan: «¿cómo entonces se cumplirían las Escrituras, según las cuales debe suceder así?» (Mt 26,54). En Getsemaní hace suya la voluntad del Padre, «obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2,89); obediente a la voluntad del Padre; ¿a la de quién si no?… Reprocha a los discípulos de Emáus: «¡hombres sin inteligencia y tardos de corazón para creer todo lo que vaticinaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera?» (Lc 24,25-27). Por lo demás, éste es el Evangelio que, exactamente en esos mismos términos, fue predicado desde el principio como mensaje central de la Buena Noticia (Hch 3,18; 1Pe 1,19-20; Rm 5,8; etc.). Y que se sigue predicando hoy (Catecismo 599-623).
Los relatos evangélicos de la pasión no son históricos, según Pagola, prácticamente en nada.
«Las noticias de Marcos y de Juan, que presentan a los fariseos buscando la muerte de Jesús, no son creíbles históricamente» (338). «En realidad, todo hace pensar que esta comparecencia de Jesús ante el Sanedrín nunca tuvo lugar» (377). «¿Hubo realmente un proceso ante el prefecto romano?… el episodio legendario de Barrabás…». Hay que «sospechar que nos encontramos ante una composición cristiana y no ante una información histórica» (384). Tampoco las comparecencias de Jesús ante Caifás y ante el pretorio, «probablemente, tal como están descritas, ninguna de estas dos escenas goza de rigor histórico» (393)… Más aún:
La causa de la muerte de Cristo tampoco es la que dicen los Evangelios. El Sanedrín no condena a muerte a Jesús «por blasfemo» (Mt 26,65; Mc 14,64), por declararse «el Hijo de Dios» (Lc 22,70): «estamos ante una escena que difícilmente puede ser histórica. Jesús no es condenado por nada de esto» (379). Jesús no es condenado por blasfemo, sino por revolucionario, y más concretamente, por enfrentarse con el régimen sacerdotal del Templo. «De hecho, esta intervención en el templo es lo que desencadena su detención y rápida ejecución» (358). En fin, «aunque se ha dicho con frecuencia que la presencia [junto a la Cruz] de estas mujeres [María, su madre, y otras] ha podido reconfortar a Jesús, el hecho es poco probable» (404). Tampoco son históricos los diálogos del Crucificado con su Madre, con San Juan o con los dos malhechores (405).
Cristo muere turbado y angustiado: «Tú lo puedes todo. Yo no quiero morir. Pero estoy dispuesto a lo que tú quieras… Quiero vivir» (401-402). Pagola añade en nota: «Esta imagen de un Jesús turbado y angustiado, caído en tierra para implorar a Dios que lo libere de su destino, contrasta fuertemente con la muerte de Sócrates descrita por Platón. Obligado a tomar veneno, Sócrates acepta su muerte sin lágrimas ni súplicas patéticas, con la certeza de dirigirse al mundo de la verdad, de la belleza y la bondad perfectas» (401)… Sócrates, según esto, tuvo otra altura, otra serenidad ante la muerte que se le impuso.
Tampoco son históricos los relatos de la resurrección de Cristo, el sepulcro vacío y las apariciones del Resucitado a sus discípulos.
En cuanto al sepulcro vacío, Pagola estima que
…«se trata de un relato tardío… No es fácil saber si las cosas sucedieron tal como se describen en los evangelios» (429)… «Para muchos investigadores, tampoco queda del todo claro si las mujeres encontraron vacío el sepulcro de Jesús» (431). «Más que información histórica, lo que encontramos en estos relatos es predicación de los primeros cristianos sobre la resurrección de Jesús… Todo hace pensar que no fue un sepulcro vacío lo que generó la fe en Cristo resucitado, sino el “encuentro” que vivieron los seguidores, que lo experimentaron lleno de vida después de su muerte» (432). «Es más fácil pensar que el relato nació en ambientes populares donde se entendía la resurrección corporal de Jesús de manera material y física, como continuidad de su cuerpo terreno» (433). Evidentemente, «Jesús tiene un “cuerpo glorioso”, pero esto no parece implicar necesariamente la revivificación del cuerpo que tenía en el momento de morir… Para esta transformación radical no parece que el Creador necesite de la sustancia bioquímica del despojo [se refiere el cadáver] depositado en el sepulcro» (433).
Por otra parte, la permanencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro durante «tres días» no es un dato cronológico: simplemente «significa el “día decisivo”» (414-415). De hecho, en Jesús muerte y resurrección son simultáneas: «En el mismo momento en que Jesús siente que todo su ser se pierde definitivamente siguiendo el triste destino de todos los humanos, Dios interviene para regalarle su propia vida» (418). «Dios estaba con Jesús. Por eso, al morir, se ha encontrado resucitado en sus brazos» (442).

Pagola, pues, niega la identidad entre el cuerpo muerto de Jesús y su cuerpo resucitado, contra los múltiples testimonios de los evangelistas (Lc 24, por ejemplo) y contra la fe profesada por la Iglesia siempre y en todo lugar. Los últimos Papas han defendido esta fe con especial empeño frente a los errores de los últimos tiempos, al ver que éstos entraban en el campo católico (Pablo VI, 4-IV-1979; Benedicto XVI, 12-IV-2008). Es la fe que Juan Pablo II afirma con gran fuerza en su Catecismo: «El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas, como lo atestigua el Nuevo Testamento» (639), concretamente en el «sepulcro vacío» (640) y más aún en «las apariciones del Resucitado» (641-644).
Tampoco son históricas las apariciones del Resucitado, que Pagola reduce a meras «experiencias» espirituales:
Los evangelistas «no pretenden ofrecernos información para que podamos reconstruir los hechos tal como sucedieron, a partir del tercer día después de la crucifixión. Son “catequesis” deliciosas que evocan las primeras experiencias para ahondar más en la fe en Cristo resucitado» (417, en nota). Más aún, «los relatos evangélicos sobre las “apariciones” pueden crear en nosotros cierta confusión. Según los evangelistas, Jesús puede ser visto y tocado, puede comer, subir al cielo hasta quedar ocultado por una nube» (417).

Los cristianos, por lo visto, hemos de recibir con no poca desconfianza el testimonio de apóstoles y evangelistas sobre Jesús. Eran personas bienintencionadas, sin duda, pero incultas; y que, por supuesto, no habían sido iluminados por las luces del señor don Manuel Kant, autor de La Religión dentro de los límites de la sola razón (1793). No incurramos, pues, en «cierta confusión» que Pagola nos quiere evitar: no hay propiamente apariciones del Resucitado, sino experiencias interiores de los cristianos primeros, que después de la muerte de Jesús, captan su presencia viva. Por otra parte,
«el esquema de Lucas limitando las manifestaciones del resucitado a cuarenta días es meramente convencional» (420, nota). «En algún momento caen en la cuenta de que Dios les está revelando al crucificado lleno de vida» (423). «Hemos de aprender a leer correctamente estos textos viendo en esas escenas tan gráficas no descripciones concretas sobre lo ocurrido, sino procedimientos narrativos que tratan de evocar, de alguna manera, la experiencia de Cristo resucitado» (425, nota). No vayamos, pues, a creer que los Evangelios nos dan el testimonio de lo que apóstoles y evangelistas habían «visto y oído».
Por tanto, las apariciones y diálogos de Cristo con María Magdalena, con los de Emaús, con Pedro y con los Doce, con «más de quinientos hermanos, de los cuales muchos viven todavía» (1Cor 15,5-6), son siempre composiciones literarias y catequéticas, creadas por quienes «llevan ya cuarenta o cincuenta años viviendo de la fe en Cristo resucitado» (424). [Nota: la 1Cor es del año 54-57]. No proporcionan, pues, datos válidos para fundamentar una «aproximación histórica» a Jesús. De esto modo Pagola, sin esforzarse demasiado, niega todo lo que la Iglesia, con especial empeño en los últimos años, afirma acerca de las apariciones del Resucitado. Véase la afirmación fortísima que hace el Catecismo de la Iglesia sobre la autenticidad histórica de las apariciones (641-644).
La Ascensión del Señor a los cielos, por supuesto, no es histórica: «Lucas es el único evangelista que narra la “ascensión” de Jesús al cielo… La “ascensión” es una composición literaria imaginada por Lucas con una intención teológica muy clara» (428-429, nota).
El acontecimiento de Pentecostés es aún menos histórico. Se supone. Hasta el punto que Pagola ni siquiera se toma la molestia de considerar. Termino ya mi análisis de la obra.
El Jesús de Pagola
no es una «aproximación histórica» a Jesús, ya que ignora todas las principales fuentes históricas que hacen objetivamente posible esa aproximación. El Concilio Vaticano II declara que «la Santa Madre Iglesia firme y constantemente ha creído y cree que los cuatro Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día que fue levantado al cielo» (Dei Verbum, 19). Pero Pagola niega lo que la Iglesia afirma, y como hemos ido comprobando, niega la historicidad de casi todo el Evangelio:
Niega Pagola la historicidad de todos los relatos sobre la infancia de Jesús, y de todos los grandes milagros –tempestad calmada, multiplicación de los panes, ciego de nacimiento, resurrección de muertos–. Ignora aquella palabras de Cristo–«anterior a Abraham», «Yo soy», «creed en mí»– y aquellos momentos –como la transfiguración en el monte– que más revelan su divinidad. Niega la historicidad del ciclo evangélico de la pasión, la cena, los juicios religiosos y civiles sucesivos, la causa real de su condena, la Virgen y las mujeres al pie de la cruz. Niega igualmente el ciclo evangélico de la resurrección: el sepulcro vacío, todas y cada una de las apariciones, y por supuesto la Ascensión y Pentecostés. Toma, pues, Pagola los Evangelios en sus manos y, negando su historicidad, va eliminando casi todas sus páginas. Se queda, pues, con un cinco o un diez por ciento de ellas. Y muy arrugadas. No más.

Desconfía Pagola de la mayor parte del Evangelio y del resto del Nuevo Testamento, que tantas noticias históricas da sobre el Señor. No está, pues, en condiciones de hacer un estudio histórico sobre Jesús, ya que rechaza casi todas las principales fuentes históricas documentales: el testimonio de los apóstoles, que vivieron durante años con Él como compañeros, y el de los discípulos directos de los apóstoles.
No es tampoco una «cristología», un estudio teológico, ni lo pretende. Para ser teología, al menos para ser teología católica, tendría que fundamentar su estudio en Tradición, Escritura y Magisterio, que «de tal modo están unidos entre sí, que ninguno puede subsistir sin los otros» (Dei Verbum 10).
El Jesús de Pagola es, pues, una composición ideológica, que desfigura a Cristo y al cristianismo. Partiendo casi siempre de otros autores precedentes –protestantes liberales, modernistas, exegetas racionalistas, progresistas, liberacionistas, etc.–, enseña una ideología arbitraria sobre Cristo, la Iglesia, la Virgen, la Eucaristía, la conversión, el perdón, el sacerdocio ministerial, el sacrificio expiatorio de la Nueva Alianza, las normas morales, la necesidad de la fe y de los sacramentos, etc., claramente inconciliable con la fe católica.
Conclusión. Hago mía la que formula la Nota de la Comisión Episcopal de la Doctrina de la Fe al final de su estudio sobre el Jesús de Pagola, donde dice entre otras cosas:
«El Autor parece dar a entender que, para mostrar la historia se debe dejar de lado la fe, logrando como resultado una historia que es incompatible con la fe»… Este mal resultado procede también de «reconstruir una historia, a partir de un uso arbitrario de los evangelios, que resulta incompatible con la fe. Si el “Jesús histórico” que muestra el Autor es incompatible con el Jesús de la Iglesia, no es porque ésta haya inventado, con el pasar del tiempo, a un Jesús diferente del que aconteció, sino porque la “historia” que se propone es una historia falseada, aunque ésa, ciertamente, no sea su intención» (n. 20).
Ocho ediciones de esta obra se difundieron rápidamente (2007-2008), y la novena, «renovada» (2008), casi idéntica a las anteriores, con su nihil obstat, fue retirada de las librerías por la propia Editorial.
José María Iraburu, sacerdote
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fonte:Reforma o apostasía