sábado, 26 de março de 2011

Mons. Marc Aillet, obispo de Bayona, habla sobre la Liturgia, secularización y postconcilio. Conferencia pronunciada en la Pontificia Universidad Lateranense el 11 de marzo de 2010.

La Liturgia herida

  


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En el origen del movimiento litúrgico estaba la voluntad del Papa San Pío X, especialmente en el motu proprio Tra le Sollecitudini (1903), para restaurar la liturgia y que hacer su riqueza más accesible, para volver a ser fuente de una vida verdaderamente Cristiana, para subrayar el reto de la creciente secularización y alentar a los fieles a consagrar el mundo a Dios. Así pues, el Concilio definió la liturgia como "fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia". Sin embargo, como a menudo han señalado los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, a veces, la aplicación de la reforma litúrgica ha conducido a una especie de desacralización sistemática, mientras se permitió que la liturgia fuera impregnada cada vez mas por la cultura secularizada del mundo que la rodea, perdiendo así su propia naturaleza e identidad: "Es el Misterio de Cristo lo que la Iglesia anuncia y celebra en su liturgia a fin de que los fieles vivan de él y den testimonio del mismo en el mundo..." (CIC 1068).

Sin embargo, sin negar los auténticos frutos de la reforma litúrgica, se puede decir que la liturgia ha sido herida por lo que Juan Pablo II ha definido como "prácticas inaceptables" (Ecclesia de Eucharistia, n. 10) y Benedicto XVI denunció como "deformaciones difíciles de soportar "(Carta a los Obispos con motivo de la publicación del Motu Proprio Summorum Pontificum). Así pues también se hirieron la identidad de la Iglesia y del sacerdote.

La acción litúrgica debe reconciliar fe y vida.

En los años del postconcilio, fuimos testigos de una especie de duelo dialéctico entre aquellos que defendían del culto litúrgico y los que promovían la apertura al mundo. Puesto que en última instancia, estos últimos, redujeron la vida cristiana exclusivamente a obras sociales, basándose en una interpretación profana de la fe, los primeros, reaccionaron refugiándose en la liturgia purista llegando al "rubricismo, arriesgándose de alentar a los fieles a protegerse excesivamente del mundo. En la exhortación apostólica Sacramentum Caritatis, el Papa Benedicto XVI pone fin a esta controversia y se reúne ambas facciones. La acción litúrgica debe reconciliar fe y vida. Así como la celebración del misterio pascual de Cristo le hace realmente presente entre su pueblo, la liturgia da a la vida cristiana una forma eucarística para hacerla "ofrenda espiritual agradable a Dios". Por lo tanto, el compromiso del cristiano en el mundo y el mundo mismo, a través de la liturgia, es la llamada a ser consagrados a Dios. La misión del cristiano en la Iglesia y en la sociedad encuentra, de hecho, su fuente y su impulso en la liturgia, hasta ser arrastrado por el dinamismo de la ternura de Cristo que se hace presente en ella.

La primacía que Benedicto XVI intenta dar a la liturgia en la Iglesia - "El culto litúrgico es la expresión suprema de la vida sacerdotal y episcopal", dijo a los obispos Francia reunidos en Lourdes el 14 de septiembre de 2008, en una asamblea plenaria - pretende colocar la adoración de vuelta en el centro de la vida del sacerdote y de los fieles. Sustituyendo el "cristianismo secular" que ha acompañado a menudo la aplicación de la reforma de la liturgia, el Papa Benedicto XVI quiere promover un "cristianismo teologal", el único capaz de servir a lo que él ha definido como prioridad que predomina en esta fase de la historia, es decir, "hacer presente a Dios en este mundo y dar a la gente acceso a Dios" (Carta a los Obispos de la Iglesia Católica, 10 de marzo de 2009). De qué modo, mejor que en la liturgia, el sacerdote profundiza en su identidad, tan bien definida por el autor de Hebreos: "
Todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres y los representa en las cosas de Dios; por eso ofrece dones y sacrificios por el pecado"(Hb 5, 1)?

El resultado de la secularización fue una grave crisis de identidad del sacerdote, que dejó de percibir la importancia de la salvación de las almas y la necesidad de anunciar el Evangelio.

La apertura al mundo auspiciada por el Vaticano II a menudo ha sido interpretada, en los años del postconcilio, como una suerte de "conversión a la secularización": Esta actitud no carecía de generosidad, pero llevó a descuidar la importancia de la liturgia y reducir al mínimo la necesidad de observar los ritos, considerados demasiado alejados de la vida del mundo al que se debía amar y estar en total unión, hasta dejarse fascinar por él. El resultado fue una grave crisis de identidad del sacerdote, que dejó de percibir la importancia de la salvación de las almas y la necesidad de anunciar al mundo la novedad del Evangelio de la Salvación. La liturgia es, sin duda, el lugar privilegiado para la profundización en la identidad del sacerdote, llamado a "luchar contra la secularización", porque, como dice Jesús, en su oración sacerdotal: "No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno.
Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad" (Juan 17, 15-17).

Indudablemente, esto será posible a través de una observación más rigurosa de las normas litúrgicas que preservan el sacerdote de atraer, ni aun inconscientemente, la atención de los fieles hacia su persona: el ritual litúrgico que el celebrante está llamado a recibir filialmente de la Iglesia, de hecho, permite a los fieles a adentrarse con mayor facilidad en la presencia de Cristo el Señor, del cual la celebración litúrgica debe ser signo elocuente, y que siempre debe estar en primer lugar. La liturgia es herida cuando los fieles son abandonados a la arbitrariedad del celebrante, a sus manías, a sus ideas u opiniones personales, a sus propias heridas. De ahí también se desprende la importancia de no banalizar los ritos que nos desprenden del mundo profano y por lo tanto de la tentación del inmanencia, que tienen el don de sumergirnos de golpe en el Misterio y de abrirnos a la Trascendencia. En este sentido, nunca se puede subrayar lo suficiente la importancia del silencio que precede a la celebración litúrgica, un nártex interior, en el que deshacerse de las preocupaciones, aunque legítimas, del mundo profano, para entrar en el tiempo y en el espacio sagrados, donde Dios nos revela su misterio. Ni la importancia del silencio en la liturgia para abrirse más fácilmente a la acción de Dios, ni a la pertinencia de un tiempo de acción de gracias, integrados o no en la celebración, tomar conciencia interiormente de la misión que nos espera cuando regresemos al mundo. La obediencia del sacerdote a las rúbricas es también en sí un signo silencioso y elocuente de su amor a la Iglesia de la que sólo es ministro, es decir, siervo. 

Mas que un objeto de estudio, la liturgia es una forma de vida.

De ahí la importancia de la formación de los futuros sacerdotes en la liturgia y, sobre todo, en la participación interior, sin la cual la participación exterior preconizada por la reforma quedaría sin alma, y favorecería una comprensión parcial de la liturgia expresada en términos de una excesiva teatralización de los roles, la cerebralización reductiva de los ritos y la auto-celebración abusiva por parte de la asamblea. Si la participación activa, que es el principio de operativo de la reforma litúrgica, no es el ejercicio del "sentido sobrenatural de la fe," la liturgia no será ya obra de Cristo, sino de los hombres. Insistiendo en la importancia de la formación litúrgica de los sacerdotes, el Concilio Vaticano II hizo de la liturgia una de las principales disciplinas en los estudios eclesiásticos, evitando que se redujeran a una formación puramente intelectual: de hecho, mas que un objeto de estudio, la liturgia es una forma de vida, o más bien, es "trascender la propia vida para fundirse en la vida de Cristo". Es la inmersión por excelencia de toda vida cristiana: la inmersión en el sentido de la fe y en el sentido de la Iglesia, en la alabanza y la adoración, como en la misión.

Por tanto, estamos llamados a un verdadero "Sursum corda". La frase del prefacio: "Levantemos el corazón", introduce a los fieles al corazón de los corazones de la liturgia: la Pascua de Cristo, es decir, su paso de este mundo al Padre. El encuentro de Jesús resucitado con María Magdalena la mañana de la Resurrección, es muy significativo en este sentido: con su "Noli me tangere" Jesús invita a María Magdalena a "mirar a la realidad de las alturas", haciéndole caer en la cuenta en su corazón de que todavía no había ascendido al Padre y le pedía que fuera a decirles a sus discípulos que él debía ascender a su Dios y nuestro Dios, su Padre y nuestro Padre. La liturgia es, exactamente, el lugar de esta ascensión, esta tensión hacia el Dios que da a la vida nuevos horizontes, y, por tanto, una orientación decisiva. Siempre y cuando no lo consideremos como material a disposición a manipulaciones, demasiado humanas, sino que seguimos, con obediencia filial, las prescripciones de la Santa Iglesia.

Como afirmó el Papa Benedicto XVI en su homilía en la solemnidad de los Santos Pedro y Pablo en 2008: "Cuando el mundo en si mismo se convierta en liturgia de Dios, cuando su realidad se convierta en adoración, entonces habrá logrado su objetivo, entonces estará sano y salvo”.
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