segunda-feira, 24 de outubro de 2011

ROMA 1962-1963: El Clima litúrgico conciliar Por Dom Gregori Maria Capitulo 1: Un Concilio rodeado de esperanzas y temores



Parte 1ª: ¿Un momento sereno, sin desviaciones ni abusos?
En aquel mes de octubre del 62 nuestro sacerdote-periodista en el Concilio subrayaba una serie de circunstancias que multiplicaban el interés del Vaticano II. Las especificaré y las comentaré brevemente a grandes rasgos en estos primeros capítulos.
1ª Afirmación: El concilio llega en un momento cristianamente sereno, sin herejías, no se hace pues contra nadie, es un Concilio de reformas y de exhortaciones.
Nuestro enviado especial a la Roma del Concilio, hace suyas las líneas trazadas por el entonces cardenal Montini:
“La característica de este Concilio es que tendiendo abiertamente a una importante reforma, ésta parte más del deseo del bien que de la fuga del mal. Hoy, de hecho, no hay en la Iglesia, por la misericordia de Dios, errores, escándalos, desviaciones o abusos que reclamen la convocación de un Concilio como medida extraordinaria. Será por ello un Concilio de reformas positivas más que de castigos, más de exhortaciones que de anatemas”.
Para Martín Descalzo ese ambiente evitará los llamados excesos de una verdad que en su lucha contra el error va acompañada de unos contornos peligrosos.
Un Concilio, pues, sin herejías. ¿Nos damos cuenta de lo que esto significa? Porque el hereje es causa de dos errores: del suyo propio y del que sus adversarios inevitablemente cometen exagerando la verdad, subrayando demasiado ciertas zonas, o simplemente cargando a la verdad de contextos polémicos. El hereje huye de la verdad, y el que le combate se encastilla en ella. El que está en la verdad se convierte en un "anti", un "anti" que termina imponiendo no sólo la verdad, sino también todos sus contornos, que no siempre son tan verdad como la verdad misma.
Un Concilio sin herejías es, por ello, una ocasión excepcional de casar la verdad con la serenidad (esa hermana gemela de la verdad), en lugar de ese absurdo matrimonio morganático de la verdad con el extremismo (ese hermano gemelo del error). Un Concilio sin herejías es la mayor bendición que el cielo podía conceder a su Iglesia.
Esa aseveración por una parte revelaba una verdad: la ausencia de errores doctrinales en el conjunto de la marcha de la Iglesia. La inmensa mayoría de los católicos vivía alejada de todo conflicto doctrinal, moral o litúrgico. La condena por parte de San Pío X, del modernismo y de todos los errores unidos a él, otorgó a la Iglesia un camino expedito para su sano crecimiento y desarrollo.
Pero sin embargo y por otra parte, evidencia el desconocimiento de que las raíces de aquellos errores no llegaron a ser completamente extirpadas. En muchos lugares y en muchos ámbitos de la vida de la Iglesia, las llamadas “élites pensantes” modernistas permanecieron como en estado de incubación latente a la espera de actuar e influir cuando los tiempos fueran propicios.
En los ámbitos filosófico-teológicos de las Facultades y Seminarios de muchos países europeos (Francia, Holanda, Bélgica, Alemania, etc…) iba desarrollándose la “nouvelle theologie” amparada por la libertad de estudio y reflexión de que gozaban las diversas órdenes religiosas pero debido muy especialmente a la amistad y simpatía personal que unía a esos teólogos con muchos obispos, encargados en teoría de velar por la pureza doctrinal de sus centros.Continua a leer...