sábado, 25 de janeiro de 2014

En el interior habita Dios como en su templo, desde el interior Cristo enseña al hombre la verdad.

 
INTERIORIDAD

No busques la felicidad en la región de la muerte. No está allí.

No puede haber felicidad donde ni siquiera hay vida verdadera (Conf 4,12,18).

Por experiencia sabemos que en el hombre existen como dos dimensiones: una interior y otra exterior. El

hombre exterior es dinamismo biológico, es decir, instinto, emoción, sensación… crece de fuera hacia

adentro por la adquisición de conocimientos, habilidades y experiencias, se guía por el principio del placer y

por eso necesita disciplinarse. En cambio el hombre interior es dinamismo espiritual, vale decir, conciencia,

sensibilidad… crece por auto expansión desde adentro hacia afuera, se define como alguien que necesita ser

estimulado y se guía por la libertad sin coacciones para desarrollar lo mejor que hay en él. El hombre

comprueba su madurez en la medida en que el hombre interior asume las riendas sobre el hombre exterior.

¿Es posible cuidar la interioridad en medio del ruido y el stress que impone la vida moderna? Cuidar

la interioridad es cuidar el corazón. Cuando decimos corazón estamos hablando de la persona completa. Hay

que cuidar el corazón, saber a quienes hemos entregado su llave, conocer qué sentimientos nos habitan,

distanciarse del ruido y del trabajo, contemplar, re-cor-dar, es decir, volver al corazón, tomar el pulso de la

propia vida… tareas todas que constituyen el contrapunto agustiniano a la cultura de la exterioridad.

Hablo de interioridad no como huida, sino como raíz de la propia vida, como invitación a entrar a la

casa de la verdad, al espacio adecuado para la escucha del Maestro Interior. El camino de la interioridad

agustiniana es la vía para no caer en las redes del vacío o la superficialidad, por tanto, busca tiempo para

estar contigo mismo. Porque, ¿qué empresa es más importante que uno mismo? Mira pues, la vida, como tu

gran proyecto. Entrar y vivir dentro de ti no es olvidar las realidades circundantes, sino mirarlas desde

dentro, desde lo esencial, no desde la periferia.

Es en la interioridad donde decidimos nuestro destino, donde aprendemos a conocernos y valorarnos.

Es en la interioridad donde construimos nuestra propia vida, nuestra preciada identidad. En clave agustiniana

más que uno mismo no se puede ser, pero con menos no basta. En el interior del hombre está la verdad

sentencia san Agustín. En el interior habita Dios como en su templo, desde el interior Cristo enseña al

hombre la verdad. La interioridad agustiniana no es un método de introspección. Si no hay trascendencia

puede convertirse en narcisismo, en fría y estéril soledad. Trascenderse es salir al encuentro de Dios y empeñarse

en la construcción de quien todavía no somos. Trascenderse es un camino de superación y esperanza.

Quien bucea en su interior vive una experiencia difícil de explicar: se da cuenta de que está habitado.

Busca, pero sobre todo es buscado. Llama pero sobre todo es llamado. Da pasos, pero es atraído y seducido

por Alguien. Nuestra actitud es más acogida que búsqueda; recibimos la constante invitación de la gracia que

nos llama a encontrarnos con Aquel que es la razón de nuestra existencia. La persona solo inicia su camino

hacia Dios porque desde el primer momento Dios está en el fondo de su ser atrayéndola hacia su propio

misterio. Buscamos a Dios a tientas, pero El no está lejos de ninguno de nosotros, pues en El somos, nos

movemos y vivimos (Act 17,27).

La primera necesidad humana es ser uno mismo, persona libre, autónoma, con las riendas de la vida

en las propias manos. Si te sientes atrapado por lo exterior pasas a ser esclavo. El hombre sin interioridad

apoya su existencia en la acción desenfrenada, en darle soga al instinto o en el dulce matar el tiempo. Acepta

ser una pieza en el engranaje del trabajo, tiene miedo a quedarse a solas, porque interiormente es pura

ausencia, se siente deshabitado. Por eso huye, corre, habla, consume, prende la tele. Quien ha encontrado a

Dios vive, como Agustín, entregado a Él, pero a través de los hombres. Entonces la caridad se convierte en

control de calidad de su experiencia vital.

La interioridad es el mayor y mejor descubrimiento de Agustín. Es el retorno al propio centro, es ver

la realidad desde Dios. Quien mira la realidad desde la periferia, solo ve fragmentos. Quien la observa desde

el centro la abarca en su totalidad. Las cosas exteriores toman su medida exacta cuando se ven desde el

interior. Por eso el hombre interiorizado comprende siempre al que vive confundido y desorientado, pero no

a la inversa.

San Agustín cultivó la vida interior y experimentó su gozo: porque tú eres la luz permanente a quien

yo acudía para consultar sobre la existencia, la naturaleza y el valor de todas las cosas. Y yo escuchaba tus

enseñanzas y tus órdenes. Sigo haciendo esto con frecuencia. Me llena de gozo. Por eso, siempre que puedo

liberarme de los quehaceres forzosos, me refugio es este placer. Confesio. 10,40,65 ¿La cultivamos
nosotros?