sexta-feira, 10 de janeiro de 2014

¡ Padre Muratiel: Que felices los que viven en tu casa! Cuando se agotan todas las veredas y todos los caminos, siempre nos espera la posada del silencio.

¡Qué felices los que viven en tu casa!
(reflexión sobre el Sl 84,5)

¡Que felices los que viven en tu casa!
Ahora tu casa... tu cuerpo es la morada del Señor.
Que felices los que viven en su propia morada. Muchas veces vivimos fuera y esto nos ocasiona tristeza.
El silencio como camino que te lleva a tu corazón. Deja que te alcance ese que colma tu corazón.
¡Que felices los que viven en tu casa!
Da la sensación que el alma de este salmo es dichoso porque vive en su casa. La paz, el amor... no es a causa de una estructura, de unas pautas... La paz, el amor es obra de ese contacto del que mora en su casa.
¡Que felices, que dichosos los que viven en su casa!
 
 

 

Estos textos, bien breves, no son fruto de un discurso ni de una reflexión; son visceralmente vivenciales, inspirados por almas habitadas de silencio y que me han acompañado en la aventura espiritual, en esta aventura de viajeros, de arrieros, como pájaros a los que se les ha quemado el nido, y vuelan y vuelan sin poder fijarse en una rama o en un alero. No hay, no puede haber fijaciones en el silencio, que es, no-mudez sino ausencia de todo apego, de todo egoísmo.

Por eso no son, ni pretenden ser una enseñanza, una doctrina.

Son los latidos de mi corazón, las vibraciones de mi vida al entrar en contacto con otros seres guiados por el silencio. Es la voz de esta tierra que soy, y que somos.

Cada día me vuelvo más y más consciente que soy un extraño en tierra extranjera, a todo, salvo al silencio, salvo a la luz, salvo al viento, salvo a las estrellas, salvo a la luna, salvo a los seres. Más y más extraño a las palabras. El diccionario, el vocabulario del silencio es el río , la montaña, el valle, el mar, el bosque. Extraño a todo lo que contamina la mirada de esta existencia frágil.

No, no basta mirar, escuchar la savia que sube árbol arriba; no basta oler la fragancia de una rosa. Algo, otra cosa es imprescindible: no dejarse acosar, invadir, por expectativas, deseos ambiciosos, no dejarse cegar, por decirlo de una vez, por esa tendencia del ego, que es como una cárcel. Y jamás una prisión puede ser el hogar del hombre, nuestro hogar. En esas tendencias que nos llevan a vivir asomados afuera, no hay aroma, ni luz, ni viento que huela a laurel, a romero, a pino, a enebro. Solo hay ambición, codicia. Nada más.

Únicamente a través de una mirada purificada, se ve todo en condici6n virgen, inmaculada. El silencio nos devuelve la vida en verdad, pura, inocente, seductora.

 

El Invisible está en lo visible. Por lo visible, como un sendero a lo invisible. Y se regala, se revela a la mirada silenciosa, sin recurrir al discurso.

Nada se esconde a los ojos puros, limpios. “Si tu ojo está limpio todo se volverá limpio para ti”. Todo será luminoso. Nado huye de la mirada callada y silenciosa. Como si el silencio nos hiciera dignos de la desnudez del cosmos y de todos sus secretos. Es el silencio negación de todo artificio, fingimiento y disimulo. Para ver cara a cara. Y esa es la gran dicha.

Cuando el ego se ha posado, sedimentado, todo se vuelve presencia, amor. El sacramento de la presencia es del amor. Y el silencio es sacramento en que todo se transparenta, todo se hace presencia y presente. Es así como el silencio nos reconcilia con los seres, con el cosmos. Si el ego nos vuelve opacos, el silencio nos devuelve suavidad, porosidad y transparencia.

 

Nada perturba en el silencio el reposo del corazón. En la posada del silencio, todo reposa, todo se posa y se remansa: el pasado, las expectativas, las cicatrices, las borrascas, las tempestades, las agitaciones, las dudas, las incertidumbres, las noches de oscuridad espesa, las amenazas. Todo se sedimenta, se asienta. Todo se remansa en la posada del silencio y recobra el ser inmaculado.

La posada es el ahora, el canto, el culto al instante.

En la posada te dedicas al ahora, te confías y dedicas al ahora. En la posada del silencio se diluyen los anquilosamientos, las calcinaciones que atascan y obstruyen el fluir de la vida. Y al asentarse aflora y mana lo que hay en el subsuelo, en el subterráneo. Y se libera la fuente que salta hasta la eternidad. Es el festival que no tiene fin.

 

Mi posada es el silencio. Mi alcoba y mi descanso es el silencio. Mi paz, mi luz, mi patria, mi país, mi paisaje, es el silencio. Mi libertad es el silencio. Mi maestro, mi hogar, es el silencio.

Cuando se agotan todas las veredas y todos los caminos, siempre nos espera la posada del silencio.

No hay nada en la posada.

Nada hay en el desierto.

Nada hay en el silencio.

Sólo Dios es puro desierto, puro vacío, puro amor. El inefable, el innombrable. Si nombras el árbol te alejas de él, si nombras la mariposa se va de ti, si nombras a Dios te separas de Él. No cabe en las palabras, cabe en el silencio.

Como en la diminuta gota de rocío cabe la inmensidad del sol sin esperar que lo merezcas. No hay que merecerlo. Felizmente Él no se deja sobornar por merecimientos.
Una posada, la del silencio, donde te dice, entra, pasa, esta es tu casa, esta es tu patria, tu hogar.